martes, 23 de diciembre de 2008





La actriz no sólo se refleja en sus trabajos, 
también en el espejo de la bicicleta 

Por María Sonia Cristoff Foto: Silvana Colombo

El cine y Francia aparecen ligados en la vida de Gabriela Toscano: cuando tenía 6 años y filmaba La Mary, Daniel Tinayre, el director, no dejaba de hablarle dParís. Después, a los 18, fue convocada por Pino Solanas para formar parte del elenco de El exilio de Gardel y esta vez viajó a París.

Paralelamente a ese trabajo en los sets, Gabriela T. ha hecho siempre mucho teatro -Ibsen, Shakespeare, Chéjov- porque dice que hay algo en el lenguaje teatral que le resulta válido como forma de repensar el mundo. Y que si no está haciendo una obra, está leyendo una obra.

Las luces de la ciudad

"Era diciembre de 1984 cuando partí para París. Yo estaba atravesando la adolescencia, el país estaba empezando la democracia, y todo ese viaje fue muy revelador para mí; de algún modo creo que a pesar de que fueron sólo dos meses de rodaje, volví más grande de ahí.

"En principio, tenía la expectativa de la película: Pino estaba hacía tanto tiempo fuera del país y lo que yo había visto de él era de la década del setenta, con lo cual a la incertidumbre habitual se le sumaba ésta: cómo sería esa película que él tenía en su cabeza y en la que nosotros íbamos a actuar. 



Luego tenía la expectativa del primer viaje a Europa, toda la mitología que se arma alrededor de eso." Gabriela T. llegó a París unos días antes de las fiestas de fin de año: la ciudad estaba iluminada de una manera especial, los árboles de los Champs Elysées estaban recortados en forma de tulipanes, la gente se besaba en la calle a pesar de no haberse visto nunca antes. "Ese clima ya me marcó una diferencia: yo venía de un país gris, había pasado toda mi adolescencia bajo un gobierno militar, y todo lo que veía ahí era tan expansivo, tan distinto.


"La calle tenía una vida que a mí no dejaba de sorprenderme. Cuando filmamos esas escenas de baile en medio de la ciudad, por ejemplo, la gente se paraba a mirar como si se tratara de un espectáculo, entraba en relación con lo que estaba pasando. Todo eso, más la historia de la película, que cuenta la vida de los exiliados en París, me llevaba permanentemente a pensar en la Argentina, en lo que había pasado acá, incluso a enterarme de algunas cosas que entonces yo ignoraba".

Dice Gabriela T. que por momentos no podía evitar una gran melancolía. Como cuando fueron a filmar a Boulogne-sur-Mer, esa ciudad a orillas del mar que eligió San Martín para su propio exilio. Los personajes viajan en tren y cuando hablan da la impresión de que el tema no se desvinculará nunca de la historia nacional.

"Me acuerdo mucho de ese viaje en tren con Marie Laforet y Lautaro Murúa, el rodaje y el campo que se veía afuera.

 

Fueron dos días muy especiales: Boulogne es un pueblito pequeño, con unos acantilados que dan vértigo.

 

Dormimos en un hotel chico, con las habitaciones pintadas a medias, todas descascaradas. Nada nos despejaba: estaba brumoso, frío, y completamente vacío. Caminábamos por las calles y muy de vez en cuando nos cruzábamos con alguien. Fuimos a conocer la casa donde vivió San Martín, sus cosas, lo que se veía desde las ventanas. Me sorprendió lo chiquita que era la cama, me dijeron que era porque dormían recostados."



En París recuperaban un matiz más vital que también está presente en la película, aunque retrate la vida de perros del exilio. Gabriela T. y el resto del elenco -entre los que figuraban Miguel Angel Solá, Juan José Jusid y Ana María Picchio- se hospedaban en el Hotel de la Tulipe.


Como los rodajes no dan mucho margen para la flanerie, apenas visitó la Torre Eiffel un día de nieve sólo para ver la forma de caracol de París desde la altura. El resto era repetir el restaurante de la vuelta del hotel o parar en alguno de los mercados callejeros que quedara cerca de algún decorado.


Para compensar, Gabriela T. se escapó a Italia antes de volver de su primer viaje a Europa. En Capri llovía, el mar estaba gris y no había nadie en la calle. En Roma, las iglesias estaban vacías y acentuaban su función de monumento. En Venecia le pareció que alguien la seguía, aunque todo estaba desierto. Dice que, en un sentido, el suyo fue un viaje fantasma.



Fuente: Viernes 18 de junio de 1999  Sumplemento Turismo DIARIO LA NACION 

GRACIAS NIKO!!!

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